Hora de redacción de la entrada que estás leyendo: 08:00
p.m.
¿Qué pensarías si te dijera que también son las 08:33?
Seguramente no me creerías o pensarías que me refiero a la hora de algún
planeta imaginario. ¡Pues no! Esta sería la hora que marcarían nuestros relojes
si el calendario revolucionario hubiera salido a flote.
“La Revolución Francesa fue un movimiento político, social, económico y militar que provocó el derrumbe de la monarquía absolutista de Luis XVI con el objetivo de establecer un Gobierno republicano y democrático […]”.
Su impacto, no solo para Francia sino para toda Europa, fue enorme, pero no
hablaremos de esto. Hablaremos del intento de sustituir el calendario gregoriano por uno nuevo que comenzaría su andadura un 1er Vendémiaire del Año
I (traduciendo: un 22 de septiembre de 1792).
A pesar de que dicho diseño parecía encajar con las ideas
republicanas de la época y contar en su elaboración con astrónomos como Joseph
Jerôme de Lalande, Jean-Baptiste Joseph Delambre o Pierre-Simon Laplace, este
desapareció en 1806.
¿Cuáles fueron las causas de su fracaso?
En primer lugar, y desde mi punto de vista, considero que la principal causa de que el calendario fracasara fue que el pueblo francés no se adaptó al cambio a pesar del esfuerzo que llevó a cabo el régimen republicano para promocionarlo: realización instrucciones, fabricación de monedas, enseñanza en las escuelas, etc. Y es que resulta complicado alejar a las personas de sus creencias y costumbres.
A
esto hay que sumarle que las semanas contaban con 10 días con 1 solo día de
descanso. ¿A quién, en su sano juicio, le gusta trabajar 9 días seguidos? Desde
luego era una razón de peso para rechazar el calendario.
Otro de los grandes problemas sería el de implantar dicho calendario
en otros países. Si los franceses, promotores de esta idea, no eran capaces de
que su pueblo se adaptara, mucho menos conseguirían que otros países lo hicieran.
Jugaban además con otra desventaja y es que los nombres de los meses se habían
elegido según el clima observado en el norte de Francia. Estos nombres causaban
más confusión en los ciudadanos que no vivían en esta zona concreta. En el sur, el clima difería mucho, y en otros países de Europa ocurría exactamente lo
mismo. A esto habría que sumarle los errores que se debían cometer, a la hora
de comerciar, por ejemplo, con otros países que mantenían el calendario
gregoriano.
Por otro lado, también se quiso cambiar la hora. En lugar de 24 (periodo durante el cual la Tierra completa una rotación alrededor de su eje) el día duraría 10. La hora 5 sería mediodía y la 10 medianoche. Lo primero que tenía que tener la ciudadanía para adaptarse eran relojes nuevos y para ello debían fabricarse. Algo que no gustó mucho a los relojeros de la época. No obstante, se fabricaron relojes en los que aparecían los dos sistemas (decimal y sexagesimal) para intentar que los franceses fueran familiarizándose con la que seria su nueva hora. Sin embargo, esta idea del cambio de hora no tuvo mucho éxito y el pueblo no llegó a medirlo en el nuevo sistema de numeración.
Curiosamente,
sería Laplace quien haría uso de dicho sistema en su libro Tratado de Mecánica
Celeste.
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