“-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí
se parecen" no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos
parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra
del molino.”
Seguramente
a todos nos suena esta frase, aunque no hayamos leído la exitosa novela de Miguel
de Cervantes. Y es que, es en Don Quijote de la Mancha en la que aparecen los famosos
molinos de viento, los cuales, junto a otras alternativas, vinieron a reemplazar
a las norias (del árabe naura) o ruedas hidráulicas, invento del que
hablaremos en esta entrada.
Una
noria es una rueda con palas cuya finalidad es elevar el agua de un curso o
canal. Para ello, se sumerge una parte
de la rueda en un canal de agua (acequia, del árabe alsaquiya) que produce
una fuerza que impulsa las palas de la rueda provocando el movimiento giratorio
esperado.
Estas norias se usaban en el periodo helénico para extraer agua del Nilo. Más adelante, durante la época del imperio romano, se perfeccionaron, dando paso a los molinos romanos (rueda hidráulica horizontal) y los molinos vitruvianos (molinos de rueda vertical de paletas). Serían los ingenieros musulmanes los encargados de introducirlas en la península ibérica, donde continuaron mejorándolas. A modo de ejemplo, podríamos citar el mecanismo que añadieron para acelerar y frenar la noria de manera manual.
Estas norias mejoradas fueron utilizadas en todo el territorio islámico, incluyendo Al-Andalus, para el abastecimiento de agua a ciudades y pueblos, que mejoraría por ejemplo los hábitos de higiene. Aunque esta parte podría parecer menos importante hay que tener presente que para el mundo islámico el agua es sagrada. El Corán afirma “de agua hicimos a todo ser viviente”. Tanto es así que se usa para premiar o castigar a sus creyentes. Además, los musulmanes deben purificarse con este líquido antes de comenzar sus oraciones. Dicha purificación, llamada wudu, consiste en lavarse ciertas partes del cuerpo.
Por otro lado, se utilizaron en la agricultura, cuyos sistemas de riego, rescatados de textos traducidos de otras culturas, permitieron el cultivo de nuevas frutas y hortalizas.
Gracias a estos sistemas de regadío innovadores contamos actualmente en España con caña de azúcar, algodón, arroz asiático o el naranjo de Sevilla.
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