Es en los siglos XVII y XVIII en los que se sientan las bases para el ingreso de las mujeres en la ciencia con la particular premisa de que seguían estando bajo la supervisión de padres, familiares varones o maridos, en caso de contraer matrimonio. En cierto modo, teniendo en cuenta la represión que habían sufrido anteriormente respecto al conocimiento, podríamos decir que es este periodo en el que da comienzo la “liberación” de la mujer. Y entrecomillo porque hay que recordar que venimos con una herencia a cuestas en la que la mujer es minusvalorada por los hombres. Por tanto, no fue fácil para las mujeres de la época acceder al conocimiento científico.
En estos siglos aparecen los salones científicos,
presididos por mujeres de la alta sociedad. Estos espacios serían los primeros
en los que hombres y mujeres se encontraban en igualdad de condiciones. Además,
para que estas mujeres estuvieran al tanto de las últimas teorías y progresos
científicos, aparecen revistas y libros de divulgación científica escritos especialmente
para “damas” e incluso escritos por ellas, como los de Jane Marcet. Este
impulso fue sin duda el pistoletazo para que muchas mujeres empezaran a interesarse
por la ciencia, no solo la médica, en la que estuvieron presentes desde la antigüedad
como cuidadores o sanadoras, sino en otras áreas como la química, la astronomía,
las matemáticas, la botánica, etc. Aún
así, estas mujeres eran excluidas de muchos círculos científicos, pero gracias
a su alta posición en la sociedad y los recursos con los que contaban muchas de
ellas pudieron ser autodidactas.
Las llamadas “damas de la ciencia”
fueron, y son, un referente para la sociedad y seguramente la igualdad que existe
actualmente en muchas de las áreas científicas (medicina, astronomía, biología,
etc.) se deba a su interés y su participación en las ciencias de estos siglos.
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