Podríamos decir que la globalización comienza a partir del siglo XVI. Siglo en el que se favorece la circulación de personas, libros, imágenes, saberes, etc., como consecuencia de los viajes de exploración, las colonizaciones y las monarquías absolutas.
La
circunnavegación hace posible lo que se conoce como primera globalización, o
mundialización ibérica, como señala el autor Serge Gruzinski. Esta globalización
sería la encargada de crear lazos entre Europa, el Nuevo Mundo, África y Asia,
regiones que hasta entonces habían estado desconectadas unas de otras. La conexión
que se empezaría a tejer sería posible gracias a dos rutas. La primera de ellas,
la Carrera de Indias, y la que se convirtió en su equivalente, pero en el Océano
Pacífico, el Galeón de Manila, Nao de China o Galeón de Acapulco. Esta última sería
esencial para transformar la economía mercantil a escala global. Y no se haría
siempre pasando por Europa…
“Es México
en los mundos de Occidente una imperial ciudad de gran distrito, sitio, concurso
y poblazón de gente […] de tesoros y plata tan preñada, que una flota de España,
otra de China de sus sobras cada año va cargada. […] Es centro y corazón desta
gran bola, playa donde más alta sube y crece de sus deleites la soberbia ola […]”
En este verso, Bernardo de Balbuena ubica México como centro del mundo. Y es que, como adelanté anteriormente, los intercambios transpacíficos no ocurrían siempre incluyendo a Europa en la ecuación. Estos intercambios, entre México y varios países asiáticos, nos sirven de instrumento deseuropeizador, alejándose así de las narraciones eurocéntricas en las que únicamente Europa genera conocimiento. Esto nos lleva a la necesidad de repensar y rediseñar la historia global incluyendo a América Latina, y concretamente a México, en dicha historia.
El autor Ryan Crew muestra como los intercambios América-Asia deseuropeizaban esta narración eurocéntrica en tres niveles: el económico, el geopolítico y el cultural. El primero se basaría en la plata que circuló desde México a China sin pasar por Sevilla. El segundo nos hablaría sobre la incapacidad de la corona para controlar estas circulaciones y movimientos que ocurrían en el mundo transpacífico. Y el último nivel hablaría sobre el intercambio cultural que se daría sin necesidad de estas traducciones europeas que tendían a apropiarse del conocimiento.
Se puede entender
esta circulación de conocimiento a través de tres casos representativos: la medicina
de la conversión, el reino del sucedáneo y las historias naturales.
El primero
de ellos se basaría en el papel que jugó la medicina en la conversión de la población
indígena mesoamericana. Este papel no fue unidireccional. De hecho, fue la
interacción entre ambos lo que configuraría la cultura médica del futuro. Esta
conversión se administraría como medicina de las almas y los cuerpos simultáneamente
produciéndose en un periodo en el que las poblaciones indígenas morían
masivamente debido a las enfermedades que viajaban desde Occidente. Es decir,
la administración de las medicinas iba ligada a la conversión al cristianismo. La
finalidad de esta conversión no era otra que la de imponer poder de los
colonizadores sobre los colonizados.
El segundo de ellos sería el reino del sucedáneo, mecanismo que se basaba en describir como sustitutos todo aquello que se encontrara en el Nuevo Mundo (plantas, animales, etc.) y que Europa desconocía. Esta técnica fue la que utilizó, a modo de ejemplo, Francisco Hernández, protomédico que Felipe II envió para estudiar las prácticas medicinales locales y elaborar una obra en las que aparecieran. Esta consideración de sucedáneos (sustitutos) despojaba a los remedios del contexto cultural originario, pero permitió la entrada de muchos medicamentos a otras culturas (europeas, asiáticas y africanas). Para que el sucedáneo operara se utilizó la purga, que consistía en hacer uso de distintas hierbas o sustancias que eliminaran, por distintas vías del organismo humano, aquello que causaba la enfermedad que se quería curar.
Por
último, el conocimiento circularía gracias a la elaboración de historias
naturales. Historias que se elaborarían desde Nueva España utilizando varias técnicas:
escritas, dibujadas o una combinación de ambas. Algunas
de estas historias se adaptarían a los ideales colonizadores y cristianos y
otras a los pueblos indígenas.
La
clasificación de estas historias naturales podría hacerse desde tres perspectivas:
las instigadas por la corona, las originadas en el espacio colonial y las que
estuvieron en manos de las órdenes religiosas.
Las
primeras de ellas, asociadas la corona, consistían en saber que producían las
tierras y las gentes con el objetivo de conocer los tributos al rey. Para poder
llevar a cabo el desarrollo de dichas historias la corona elaboró una serie de
cuestionarios que las colonias debían responder. El fin de estos cuestionarios
era intentar organizar una recogida sistemática y exhaustiva de la información.
Las
segundas, estarían originadas por cronistas mestizos y estarían enfocadas a lo
local. Estos cronistas dejaron de lado los cuestionarios y la imposición de la
corona. De ahí que sus historias sean totalmente diferentes a las de la corona
y las órdenes religiosas.
Las
últimas, se presentan en dos formatos: textos y murales. De hecho, a través de
los murales realizados en las paredes de los conventos agustinos se pueden
interpretar las historias naturales de las Indias, incluso años antes de la aparición
de libros.
Podríamos
concluir esta entrada teniendo presente que una parte de los personajes de México
viajaron de unos lugares a otros y con ellos el conocimiento se diseminó por
otros continentes como si de polinizadores se tratara. Seguramente los europeos
se equivocaban y el centro de globalización en el siglo XVI no fue Europa sino
México.
Referencias
Conferencia
del Dr. José Pardo Tomás “Centro y corazón desta gran bola. Globalización y circulación del saber desde México (1520-1620)”.
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