La discriminación de las mujeres en la investigación científica afecta a todos los ámbitos de la misma. Asociamos un mayor y mejor manejo de las nuevas tecnologías a los hombres sin conocer la historia que hay tras los orígenes. Esta creencia surge con la aparición del ordenador personal que se liga, desde el inicio, a repercusiones económicas. Por tanto, a partir de este punto, las mujeres, que hasta entonces habían sido las encargadas de realizar los cálculos en informática, son invisibilizadas.
Analizando los sistemas
de inteligencia artificial se han puesto de manifiesto los sesgos de género
existentes. Por ejemplo, en los reconocimientos faciales en los que las mujeres
de color no parecen tener cabida. O en la búsqueda de palabras como “inteligente”
o “persona”. ¿Adivinas quiénes son los que aparecen mayoritariamente? Pues sí, los hombres.
Como dijimos
anteriormente, estos sistemas de inteligencia están diseñados por hombres,
generalmente blancos, que en ocasiones ni siquiera son capaces de reconocer el
sexismo. De ahí que los algoritmos programados, que se utilizan actualmente por
agencias policiales o corporaciones, puedan tener un impacto negativo en muchas
personas (mujeres, piel oscura…). Pero es que, además, debemos tener presente,
que estos algoritmos ya se utilizan para todo y al estar programados con estos
sesgos de género intervendrán, aunque no lo percibamos, en aspectos de nuestra
vida diaria: buscar trabajo, pedir una hipoteca, pasar la seguridad en los
aeropuertos, etc. ¿Negativo...?
La solución para
esta problemática, en la que la sociedad vive inmersa, es incrementar el número
de mujeres en el desarrollo de las nuevas tecnologías. Solo así podremos afirmar que la tecnociencia es verdaderamente neutra, libre de sesgos.
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