El androcentrismo,
y las consecuencias que va generando a su paso, está presente en muchos ámbitos.
El sanitario es uno de ellos. A lo largo de los siglos se ha prestado poca, o
nada, atención a las enfermedades de las mujeres. ¿No estaban preparados los
hombres de ciencia de la época para ocuparse de las patologías femeninas? Lo cierto
es que si nos remontamos siglos atrás podríamos pensar que no. Ya en el siglo
XIX se hizo el intento y nos encasquetaron lo que se denominó “histeria
femenina”. El tratamiento en este siglo era la masturbación asistida por
médicos. Las mujeres de la Edad Media, sin embargo, eran quemadas en la
hoguera tachadas de brujas.
El resultado de no tener en cuenta a las mujeres en medicina nos lleva a lo que se conoce como morbilidad femenina diferencial. O, dicho de otro modo, el conjunto de mujeres que enferman sin ser diagnosticadas y tratadas debido a la falta de investigación científica que hay sobre los problemas de salud que padecen.
Las causas de esta morbilidad serían, principalmente, las diferencias biológicas que hace diferentes a hombres y mujeres como “la menstruación, las enfermedades derivadas de embarazos y partos, o los tumores ginecológicos.” Pero también “las anemias, el dolor crónico, las enfermedades autoinmunes, las enfermedades endocrinológicas, la ansiedad y la depresión.”
La investigación médica se hace, mayoritariamente, sin tener en cuenta la
perspectiva de género. De ahí que una mujer, con mismos problemas de salud que
un hombre, salga de una consulta sin ser diagnosticada o diagnosticada de
estrés (a modo de ejemplo).
Concluyo esta entrada reconociendo que actualmente nos queda mucho por
trabajar en este sentido. La medicina, al igual que otras ciencias, ha
invisibilizado a la mujer y esto acarrea consecuencias, que, en muchos casos,
son de vida o muerte.
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