A pesar de mi relación con la ciencia la realidad es que nunca me había planteado cuestiones acerca del sistema estatal de comunicación científica. Quizás, por ello, me ha resultado curioso que existan documentos que reflejan que el acceso al conocimiento debe ser un derecho fundamental. Y digo documentos, en plural, porque tenemos: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Artículo 27.1), a nivel europeo la Carta de Derechos y Libertades (Artículo III-280 de la Sección III) y a nivel nacional la Constitución Española (Artículo 44) y Ley de la Ciencia (artículo 38). Y en todos ellos con el mismo objetivo: “garantizar el acceso a la cultura y promover la ciencia y la investigación científica y técnica en beneficio del interés general”.
¿Es esto una realidad? ¿Se garantiza, con éxito, el acceso al conocimiento?
La respuesta rápida sería un rotundo no. Desde mi punto de vista, y partiendo de la base de que actualmente me dedico a la docencia en institutos públicos, de nada sirve que el museo de mi ciudad realice una actividad científica a la que mis alumnas y alumnos no asistan bien porque no les interesa o bien porque cuesta dinero, que en muchas ocasiones algunas familias no pueden permitirse pagar.
Sobre la falta de interés en asistir a esta actividad tendríamos que analizar el sistema educativo español y la forma en la que las materias de ciencia se imparten a lo largo de los años de escolarización. Estaríamos habland, por ejemplo, de tener en un aula de primero de bachillerato a 37 alumnos, sin desdobles para poder asistir al laboratorio y sin recursos para poder “trasladar” (de alguna manera) el laboratorio al aula. A esto habría que sumarle la presión por acabar un temario de dos materias (física y química), que no deberían estar juntas en este curso, en solo cuatro horas semanales y, “el peso del aprendizaje memorístico en la enseñanza actual” como escribe Pascual Pérez Paredes en esta entrada.
En este punto, y dado que no vamos a poder asistir al laboratorio a recrear aquello que estudiamos en clase, podríamos servirnos de aquellas actividades que preparan algunas instituciones. Pero, ¿se informa a los docentes sobre ellas? Y en caso de tener la suerte de conocer estas actividades, ¿realmente nos dará tiempo a asistir teniendo en cuenta que se nos “exige” acabar el temario? Bien, pues este cumulo de circunstancias hacen que el alumnado perciba la ciencia (en mi caso la física y la química) como materias díficiles en las que únicamente se resuelven problemas sin aplicación práctica y utilidad en la vida cotidiana. Esto se traduce en esa falta de interés, de la que hablábamos antes, para asistir a actividades relacionadas con la ciencia. Siendo la educación el eje central del que parten todas las demás actividades esta falta de interés y motivación es un gran problema.
¿Es viable entonces realizar actividades si la población no tiene un mínimo nivel de cultura científica? ¿Existe la cultura científica en España? En un país donde ser culto significa saber sobre literatura, arte o música, yo me pregunto, ¿dónde queda la ciencia? Un reflejo de lo poco que le importa a la ciudadanía y al estado la ciencia es comprobar el gasto que destina España a la investigación y el desarrollo de la ciencia. Si consultamos los datos de Eurostat vemos que nos situamos muy por debajo de países como Suecia (3,39% del PIB) o Alemania (3,17 del %PIB). Nuestro país invierte un 1,25 % del PIB cuando la media europea está en 2,12%.
Xurxo Mariño escribe esta frase en su artículo “Comunicar la ciencia, menuda historia”: “Si usted quiere participar como ciudadano en esta sociedad, debe conocer algunos detalles relacionados con los productos que la ciencia vierte en ella; al menos si aspira a que sus opiniones sean un producto personal y no dependiente de lo que otros le digan, ya se trate de supuestos expertos o de líderes políticos o religiosos (…) También puede usted optar por despreocuparse del asunto, ignorar el conocimiento científico y vivir como un feliz ignorante; al fin y al cabo, es lo que ocurre con la mayoría de ciudadanos en lo que respecta a la ciencia, no lo de feliz -que puede ser-, sino lo de ignorante.”
Respecto a esta última frase podríamos consultar las encuestas realizadas sobre la percepción social de la ciencia y la tecnología realizada en 2018 en España por FECYT. Llaman la atención algunos de los resultados obtenidos en las encuestas.
Internet parece ser el medio más utilizado como fuente de comunicación científica. Un 63,4% de los encuestados lo utilizan. La televisión y las redes sociales son las fuentes más mencionadas. Ni los museos científicos, ni las unidades de cultura científica, ni ninguna institución dedicada a divulgar ciencia parecen ser la fuente de la comunicación. Que las redes sociales y la televisión superen a las instituciones es un gran problema, desde mi punto de vista. Tomando prestadas las palabras de Héctor Rodríguez para su artículo “Bulos y noticias falsas” publicado en National Geographic “en un momento de la historia en el que el acceso a la información es universal, proliferan más que nunca los bulos y las noticias falsas” y las redes sociales, la televisión y la prensa contribuyen, en muchas ocasiones a difundir estas noticias falsas.
Terraplanismo, Fuente: El Confidencial
En ciencia y salud las encuestas apuntan que solo uno de cada diez encuestados, no sabe identificar el carácter científico de las vacunas o la quimioterapia. No sorprende demasiado teniendo en cuenta que, durante la pandemia de la COVID-19, han aparecido negacionistas y gran parte de la población ha tomado antibióticos(sin prescribir) para tratar el SARS-CoV-2.
Fuente: conideintelligente
Ver estos porcentajes me hace pensar que, efectivamente, la ciencia, a día de hoy, no se comunica de forma eficaz. Aunque también creo que vamos por buen camino. Órbita Laika o Naukas son un claro ejemplo de lo que realmente funciona. Y es, en esta dirección, en la que deberían remar las instituciones.
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