Hoy ha tocado leer un relato de Pere Estupinyà. La verdad es que mentiría si os dijera que no lo he devorado. Desde que empiezas a leer hasta que acabas deseas saber la historia que esconden sus palabras. Quizás sea porque, en cierto modo, sus primeros pasos me han recordado a la incertidumbre que sentí al terminar mis estudios.
En 2005 empecé ingeniería. No puedo decir que fuera la carrera que más me entusiasmaba pero era la única que podía permitirme por cercanía a mi domicilio. Ironías de la vida descubrí, conforme pasaban los años, que mi elección no había sido tan mala como en un principio pensé. Con el proyecto fin de carrera me enamoré del aceite (has leído bien) y decidí que mi siguiente paso sería estudiar ciencia y tecnología de alimentos.
Para cuando acabé mis estudios el trabajo escaseaba. En un principio no me planteaba seguir estudiando. Me llamaba muchísimo la atención la investigación pero, por circunstancias personales, necesitaba trabajar. Era ingeniera, con un máster en prevención. En principio una carrera en la que nunca faltaba el trabajo aunque la realidad fue otra. Lo único que conseguí fueron algunos contratos de prácticas en empresas privadas mal remunerados.
De ahí que en 2014 decidiera realizar el máster de profesorado. En mis años universitarios había dado clases particulares y me gustaba la docencia. Decidí también que al acabarlo quizás era el momento de investigar.
Así llegamos a noviembre de 2014. Diagnóstico: Leucemia Mieloide Aguda. Solución: trasplante de médula ósea.
Para cuando salí de toda la locura tuve claro que me presentaría a oposiciones y sería profesora. Quería seguir investigando pero, dadas mis circunstancias, era inviable.
Los años que pasé dando clases comprendí que me gustaba muchísimo enseñar lo que sabía. Empecé a leer divulgación y seguir canales dedicados a ello. Dentro de las posibilidades que me ofrecían los 50-55 minutos de clase intentaba acercar a mi alumnado a esa parte de la ciencia que a veces permanecía oculta tras 100 problemas de leyes de los gases y planos inclinados.
En enero de 2020 llegó la recaída. Solución: segundo trasplante de médula ósea. Con el aislamiento impuesto desde que me diagnosticaron empecé a leer más divulgación. Seguía más canales. Escuchaba podcast. Veía programas de televisión, etc. Y así fue como decidí abrir una cuenta de instagram (@cientifidor) para intentar contar cosas que me parecían curiosas y me hubiera gustado que alguien me contara.
Podríamos decir que el producto de mi baja médica ha sido “cientifidor” y aunque mi labor divulgativa no es comparable a la labor que realizan otras personas, como Pere Estupinyà entre otros, me hace feliz pensar que aporto algo de conocimiento a la sociedad. Me encanta buscar información, consultar fuentes, aprender a manejar programas para hacer entradas atractivas. En definitiva, me encanta seguir aprendiendo.
Soy consciente de que el camino de divulgadora es duro. De hecho, podría decir que una parte del relato de Pere me ha dejado un sabor agridulce. Pienso:
Divulgadores igual a: investigadores que publican día sí y día también y que conlleva no solo la especialización en una materia sino también un prestigio, personas que viajan muchísimo, que son becadas en universidades o programas importantes, y un largo etc.
Yo no creo que tenga posibilidades de llevar una vida tan ajetreada (por llamarlo de alguna manera) y supongo que mi divulgación seguirá siendo de corto alcance.
A pesar de esto seguiré intentando construir historias. Con lo que sé. Con lo que aprendo. Con lo que otros me cuentan. Porque cientifidor nació en un momento en el que necesitaba sentirme útil y debo decir que consiguió su cometido.
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