En España utilizamos a menudo cultura y alfabetización
científica como sinónimos. Tras leer la tesis “Cultura científica y
participación ciudadana en política socio-ambiental” de Lázaro, M. he llegado a la conclusión de que son dos
términos diferentes, aunque indistintamente los utilicemos para referirnos a
una misma cosa. A grandes rasgos, la alfabetización consistiría en hacer acopio
de información sobre ciencia mientras que la cultura estaría relacionada
íntimamente con el aspecto social y además nos permitiría tomar decisiones ya
que desarrollaríamos el pensamiento crítico.
No obstante, y dado que utilizamos ambos términos sin hacer
dicha diferenciación, ¿nuestra actitud hacia la ciencia es más positiva si
somos menos analfabetos, científicamente hablando?
Para responder a esta pregunta me basaré en el trabajo que
realizo a diario como docente de Secundaria y Bachillerato, partiendo de la premisa
de que cultura científica es sinónimo de alfabetización. Para ello debemos ponernos en situación e
impartir una clase, digamos que en 3º de ESO, donde contamos con unos 32
alumnos, algunos de ellos con algún tipo de trastorno diagnosticado (TDHA, TEA,
altas capacidades, etc.), falta de recursos en el aula que impide realizar
actividades lúdicas y sin posibilidades de realizar prácticas de laboratorio.
Con todo ello y teniendo presente que, a lo largo del curso escolar, hay que
impartir una serie de contenidos fijados por ley, las clases se convierten en
esa trasmisión de información que todos conocemos: teoría, problemas
repetitivos que en muchas ocasiones no tienen conexión con la vida cotidiana y
controles que atestigüen que el conocimiento ha quedado retenido para dicha
prueba. Después de “alfabetizar” científicamente a estos alumnos… ¿tienen una
actitud más positiva hacia la ciencia? La experiencia me dice que no y de hecho
una gran mayoría abandona su estudio en cursos posteriores. El cúmulo de
información no les sirve para reflexionar sobre ciertos aspectos de la vida
cotidiana. De hecho, la gran mayoría no encuentra de utilidad la mayoría de los
contenidos impartidos. No obstante, teniendo en cuenta que se considera que un
ciudadano está alfabetizado científicamente cuando: “el nivel de comprensión de
conceptos, vocabulario, y procesos requeridos como para leer la mayoría de
artículos en la sección de ciencia de los martes del New York Times, mirar y
comprender la mayoría de los episodios de Nova (un programa de difusión de la
ciencia para TV y radio), o leer y comprender algunos de los libros de
divulgación de la ciencia que se venden en las librerías” (Miller, 2002),
propuse a mis alumnos la lectura de algunos artículos científicos (relacionados
con el tema que estamos dando: energía nuclear) y la visualización de un
documental sobre dicho tema. Posteriormente realicé una pequeña prueba en la
que les pedía un breve resumen de aquello que creían haber entendido y propuse
un pequeño debate para comprobar si su actitud, negativa en la mayoría de los
casos debido al accidente de Chernobil, hacia la energía nuclear había
cambiado. El resultado, tras haber sido “alfabetizados” (dediqué días a
explicar ventajas, desventajas, implicaciones éticas, etc.) fue que la mayoría
no había cambiado su postura, debido, principalmente, a que muchos de ellos no
entendieron y no consiguieron relacionar las lecturas con los contenidos
impartidos en clase.
En resumen, y desde mi punto de vista, poseer muchísima
información sobre ciencia no inclina la balanza ni hacia el lado positivo ni
hacia el negativo, sobre todo si esa información no tiene ningún tipo de
conexión con la vida cotidiana.
Por otro lado, tampoco creo que una persona considerada
analfabeta, científicamente hablando, tenga una actitud negativa hacia la ciencia.
En los casos que conozco más bien es, al contrario. Al no poseer información
sobre ciertos temas suelen confiar mucho en la ciencia y sus representantes.
Por supuesto, presentar mayor vulnerabilidad ante noticias falsas, pero por
regla general apuestan por la ciencia y confían en ella.
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