Han pasado 10 años desde que Irène Joliot-Curie, licenciada en Ciencias Físicas y Matemáticas por La Soborna, recibió el Nobel de Química. Premio otorgado a aquellos científicos cuyas investigaciones se consideran excepcionales.
La vida de Irène estuvo ligada a la ciencia desde que
naciera en 1897. Hija del
físico francés Pierre Curie y la considerada madre de la física moderna, y
científica más famosa, Marie Skłodowska, más conocida como Marie Curie. Su
talento por las matemáticas hizo que pasara por las mejores y más prestigiosas
escuelas en las que recibió formación de acuerdo a las altas capacidades que
presentaba. Esto conduce a que en 1935, y gracias a la
síntesis de nuevos elementos radiactivos, reciba uno de los galardones más
importantes en el ámbito científico.
Para celebrar
estos 10 años hemos entrevistado a la protagonista de esta historia.
Cientifidor
(C): ¿Cómo se vive tras recibir un premio de esta envergadura?
Irène (I): (risas) La vida no me ha cambiado mucho. Cuido
de mis hijos y me sigo dedicando a la investigación, concretamente al estudio
de la física nuclear, aunque acertaría si dijera que el hecho de haber recibido
un Nobel ha hecho que se me abran puertas que quizás nunca hubiera podido
traspasar.
C: ¿A qué puertas te refieres?
I: A conseguir, por ejemplo, ser Subsecretaria de
Estado para la investigación científica solo un año después de ganar el Nobel. Algo que puede desconcertar si tenemos en cuenta que hasta este año las mujeres no han podido votar en Francia. Un derecho fundamental del que se nos ha privado durante
muchos años. Estas, y otras desigualdades, me han motivado a asumir la vicepresidencia de la
Unión de Mujeres Francesas y a participar activamente en el Congreso Mundial de
Mujeres contra la Guerra y el Fascismo.
C: También perteneces, si no me equivoco, al Comité
para la paz y el desarrollo mundial. ¿Tiene esta decisión que ver con lo que ha
ocurrido en Hiroshima y Nagasaki? Al fin y al cabo, las bombas han podido ser
desarrolladas debido al desarrollo de la energía nuclear.
I: Siempre he defendido y defenderé la paz. De ahí que tras los
acontecimientos ocurridos nos estemos replanteando la necesidad de
investigar sobre energía nuclear. No obstante, considero que el gobierno
americano no ha debido aprovecharse de nuestros descubrimientos para provocar
el infierno en el que se ha visto envuelto el pueblo japonés. La guerra ha
terminado, pero la violencia empleada va a quedar siempre en la conciencia de
quienes hemos participado, aunque sea de manera indirecta, en esta atrocidad. Desde mi punto de vista, “la
ciencia es el fundamento de todo progreso, mejora la vida humana y alivia
el sufrimiento”. No lo crea.
C: Ya habías vivido una guerra (Primera Guerra Mundial) trabajando como enfermera, ¿estoy en lo cierto?
I: Estas en lo cierto. Dejé los estudios y me aventuré, junto a mi madre, a un escenario nada agradable. Sus aparatos de Rayos X salvaron miles de vidas de soldados heridos. Gracias a ellos, los cirujanos sabían exactamente qué tenían que operar. En total se pusieron en marcha más de diez ambulancias móviles, que pasaron a llamarse Les petites Curies.
Este es
uno de los tantos legados que me dejó mi madre. No era una mujer que huía.
Luchó por el país que nos había acogido. Aprendió radiología e incluso cambiaba
ruedas si hacía falta. Todo con el único objetivo de salvar cuantas más vidas
mejor.
C: Sin duda tu madre fue una grandísima mujer. Para
aligerar un poco la conversación, ¿podrías contarnos cómo fue tu infancia?
I: No puedo quejarme. Me criaron dos genios (risas).
Aunque he de decir que parte de mi personalidad se debe a la influencia de mi
abuelo paterno Eugène Curie, que vino a vivir con nosotros tras la muerte de mi
abuela. Mis padres se dedicaban en cuerpo y alma a la ciencia. Esto hacía que
pasara poco tiempo con ellos y mucho con el abuelo.
Seguramente si tuviera que escribir un libro sobre mi
vida tendría que explicarla en función de ciertos puntos de inflexión que
marcaron un antes y un después. Uno de esos puntos fue la muerte inesperada de
mi padre cuando tenía nueve años. A partir de la tragedia, mi madre se volcó en
el trabajo y no quería ni que pronunciáramos su nombre. El abuelo Eugène hizo
que la vida cobrara otro color, que por entonces se teñía de negro. Pero no
todo fue malo. Si hubo alguna parte positiva en esta historia, aparte de tener
al abuelo, fue que mi madre y yo empezamos a estrechar lazos y empecé a
ayudarla en el laboratorio.
C: Has hablado sobre varios puntos de inflexión…
I: Si, el segundo fue la muerte del abuelo. Quedé
desolada. Y el siguiente sería la muerte de mi querida madre, un año antes de
recibir el Nobel. No obstante, antes de su muerte, fue conocedora del
descubrimiento que habíamos logrado y del premio que aquello suponía.
C: Parece que la historia nos vuelve a llevar al
Nobel. ¿Qué descubrimiento hizo que lo recibieras?
I: La radiactividad artificial. Pero no lo recibí yo
sola. Lo hice junto a mi marido Frédéric Joliot, con el que me casé hace 19
años. Tras muchos experimentos y teorías poco fructíferas conseguimos sintetizar
elementos que no existen de manera natural. Por ejemplo, produjimos nitrógeno
radiactivo a partir de boro, entre otros compuestos, los cuales tendrían
muchísima importancia en física, química, medicina o biología.
C: Sin duda vuestro descubrimiento ha tenido mucha
repercusión…
I: Aún es pronto para conocer el alcance de todo lo
que podemos hacer, pero efectivamente la radiactividad tiene muchas
aplicaciones que iremos conociendo poco a poco.
C: Por último, me gustaría preguntarte sobre tu
estado de salud, ¿es tan delicado como afirman los medios?
I: Poco después de tener a mi hija Hélène contraje
tuberculosis. Los médicos me recomendaron trabajar menos y renunciar a volver a
ser madre. No he hecho nada de lo que me dijeron (risas). Mentiría si dijera
que en ocasiones no me siento cansada y cuando llego del laboratorio solo puedo
estar tumbada. Pero mi vida, tal y como es, me hace inmensamente feliz. Ahora
mismo no cambiaria nada.
Referencias:
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