1 de Mayo de 1915
Uno no piensa en su muerte muy a menudo y
si lo hace se la imagina plácida. Quizás no te pareceré muy original, como en tantas
otras ocasiones, pero me hubiera gustado ir a dormir, como cada noche, y no
volver a despertar. Mi último sueño hubiera sido con nuestro hijo viviendo en
un mundo libre, donde las guerras y los conflictos no existieran y en el que
personas, que no saben nada la una de la otra, no se mataran por los ideales de
unos cuantos idiotas. El día de mi entierro sería más bien un festejo pues vendrían
cientos de personas a despedirme y a charlar sobre la relevancia de mis
estudios científicos. Hermann daría un discurso precioso en el que hablaría
sobre lo felices que fuimos y sobre el orgullo que había sentido al saber que su
madre fue la primera mujer en obtener un doctorado en Química en la Universidad
de Breslavia. Esto sería mi final feliz, el final que quizás merecía, pero la triste
realidad es que mi muerte será violenta. No veré crecer a Hermann y seguramente
nadie me recordará. O quizás sí. Seré la “esposa del científico”. La “esposa de
Fritz Haber”. La “esposa que se suicidó aun teniéndolo todo” …
Tu síntesis de amoniaco podría haber sido
fácilmente el trabajo de mi vida si tan solo no me hubiera tenido que apartar
de la vida científica. Sin embargo, fuiste tu el que lo lograste. Y seguramente
serás premiado por tal hazaña. ¿Se hubiera muerto la población de hambre sin la
base que les brindaste? Ahora ya nunca lo sabré. Lo que si sé es que probablemente
nunca fue tu intención salvar vidas. Como no lo fue en el momento en el que
autorizaste aquellos ataques con cloro. Distorsionaste los ideales de la
ciencia movido… ¿por qué? ¿Patriotismo, fama…?
Te escuché varias veces decir que “en
tiempo de paz, un científico pertenece al mundo; pero en tiempo de guerra
pertenece a su país”. Déjame decirte que estas completamente equivocado. A los científicos
no nos importa si hay guerra o paz. Lo que nos importa es el bienestar de la
humanidad, la búsqueda de la verdad. ¿Se equivoca la sociedad al confiar en
nosotros? Tus actos me dicen que, tarde o temprano, los ciudadanos empezarán a
desconfiar de la ciencia. Porque… ¿Quién podría confiar en alguien cuyas manos
se tiñen de sangre?
Me horroriza pensar en los cientos de cadáveres
que llevarán tu nombre. Nombre que alguna vez amé pero que hoy detesto profundamente.
Se te presentaron las opciones y escogiste, no la más fácil, sino la que mejor
se amoldaba a tu personalidad y es que ambos sabemos que tenías muy claro que
tus gases solo dejarían destrucción a su paso.
Me llamarás traidora una y mil veces y
poco me importa. Para mí el único traidor de esta historia siempre fuiste tu. Traicionaste
los ideales de una ciencia que, con el paso del tiempo, te recordará como lo
que fuiste. Un villano que quiso tener su propia película, pero acabó como acaban
todos. Derrotado.
Clara
Esta es solo la invención de una supuesta carta que Clara pudo haber dejado. Si quieres saber más sobre la historia de esta científica te animo a leer el siguiente artículo: Enlace al Artículo
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