Si queremos entender el papel de las mujeres en la tecnociencia quizás el modelo ofrecido por Echevarría no resulta satisfactorio puesto que obvia las relaciones de poder de la actividad científica.
La
tecnociencia, según este autor, “no se limita a explicar, describir o predecir
el mundo, sino que tiende a transformarlo”. Buena frase si obviamos el hecho de
que la mujer es relegada a segundo plano con lo que el mundo se transformaría únicamente para un grupo selecto de personas. Según este modelo la tecnociencia, y su
avance, se analiza y depende de cuatro contextos: la educación, la innovación,
la evaluación y la aplicación. Contextos en los que las mujeres deberían estar integradas.
¿Se da esta integración?
Si analizamos la educación podemos afirmar que la
perspectiva de género brilla por su ausencia. Como profesora de educación
secundaria doy fe de que esto es así. Solo hay que revisar los materiales con los
que trabajamos para darnos cuenta que muy tímidamente aparecen mujeres en
ellos. Marie Curie y ahí acabó todo.
Respecto a la innovación, aunque el modelo de Echevarría
incide en la interacción entre ciencia, tecnología y sociedad la perspectiva de
género queda en un limbo. Esto se ve reflejado también en las instituciones
científicas, dirigidas, en su mayoría, por hombres blancos de clase media-alta.
Claro ejemplo de una sociedad clasista y racista.
Si hay innovación debe haber valoración y evaluación
de la actividad científica. Eso supone que debemos analizar la supuesta neutralidad
de la ciencia y en este aspecto existirían también sesgos de género.
Y por último habría que analizar el contexto de
aplicación, que se desarrolla en el llamado Siglo de las Luces en el que el
conocimiento estaba en pleno apogeo. En este periodo a las mujeres se les
permitió formar parte del progreso, aunque más tarde quedaran relegadas al
olvido debido al androcentrismo en el que vivimos inmersos.
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