Si hay algo que nos gusta a los humanos es hacer clasificaciones. Clasificamos ideas, objetos, plantas, elementos químicos y un sinfín de cosas más. Este interés no es algo actual. Ya en la antigua Grecia encontramos a filósofos, como Platón, que muestran inquietudes sobre esta necesidad de tenerlo todo bajo control. La pregunta que deberíamos hacernos es, ¿se puede clasificar todo?
La realidad
nos dice que no. Cuestiones como el género, algunas enfermedades o la raza son
complicadas de clasificar, es decir, cuestiones que nos afectan directamente a
los seres humanos.
Según la
RAE clasificar es “ordenar o disponer por clases algo”. Este proceso lo
llevamos haciendo durante siglos. Quizás por ello se acuñó el termino “raza”
allá por el siglo XVI. Dicho término hace referencia a animales que forman
parte de una misma especie tomando como referencia rasgos fenotípicos, es
decir, el aspecto externo. La antropología clásica clasificó a lo seres humanos
en cinco razas: africana, asiática,
nativa americana, oceánica y europea.
El color de
la piel, uno de los caracteres usados que forman parte del concepto raza, es
quizás uno de los más controvertidos. Ya lo escribió Charles Darwin en su obra El origen del hombre “entre todas las diferencias que existen entre las razas
humanas la más notoria y la más pronunciada es el color de la piel”. Concretamente
sobre el color de la piel sabemos que es, la mayor o menor síntesis de melanina,
la responsable de ser más blancos, negros, morenos, etc. También sabemos que una
piel oscura es sinónimo de protección ante la radiación solar. Con estos
ingredientes, y situando nuestro origen en África (hipótesis que la comunidad científica
acepta actualmente), la evolución hizo el resto. Que la piel pasará a ser más
blanca es fruto, igualmente, de la evolución.
Partiendo
de esta premisa todo apunta a que no tiene sentido que la ciencia hable sobre
razas. Desde un punto de vista biológico, este término no existe ya que se ha demostrado
que somos idénticos en un 99.9% y el 0.1% restante sería lo que nos hace
diferentes. En este bajísimo porcentaje se incluiría, por ejemplo, las razones
de que desarrollemos ciertos tipos de enfermedades.
Actualmente
sabemos que hablar de razas no forma parte de lo que en filosofía se llama
categoría natural, pero hubo filósofos, como Kant, que llegaron a afirmar que
el color de la piel determinaba la inteligencia de un ser humano. Estas, y
otras afirmaciones, generaron uno de los mayores problemas de la historia, el
racismo, del que a día de hoy seguimos hablando. Y no porque la ciencia no haya
constatado que las razas no existen sino porque existen núcleos en la sociedad interesados
en discriminar a otros seres humanos.
En
contraposición, filósofos como Kwame Anthony Appiah nos dan otra versión, y argumentan
que las razas no existen. Kwame afirma que son ficticias y que cuando hablamos
de razas estamos inventando más que describir la naturaleza. Para él, la palabra
raza debería desaparecer puesto que solo se usa para discriminar a las personas.
Estaremos
de acuerdo con Kwame en que las razas no existen porque no tienen fundamento biológico.
Así lo confirmó la UNESCO, en 1950, en su Declaración de la Raza, que decía: “Desde
el punto de vista biológico, la especie Homo sapiens se compone de un cierto
número de grupos, que difieren entre sí por la frecuencia de uno o de varios
genes particulares. (…) las semejanzas entre los hombres son mucho mayores que
sus diferencias.”
Estaremos
de acuerdo también en que el fundamento de las razas es meramente social y
depende de la historia. Historia que nos deja desigualdades que actualmente afectan negativamente a un número importante de grupos de personas.
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