Vivimos en la era del conocimiento en la que tanto la ciencia
como la tecnología forman parte de nuestra vida diaria. Miremos donde miremos no
faltan ordenadores, teléfonos inteligentes, videojuegos o aparatos de limpieza,
que hacen que nuestra vida sea mucho más cómoda y entretenida. La ciencia y la
tecnología también nos aporta energía, nuevos medicamentos o alimentos. Se podría
decir que gracias a ellas vivimos más y mejor. Ahora bien, ¿está la ciencia al
servicio de la sociedad? Replantearé la pregunta: ¿están los científicos al
servicio de la sociedad? ¿Hacen, o han hecho, siempre lo mejor para los
ciudadanos? ¿Se rigen todos ellos por los mismos principios éticos?
Quizás tengamos que remontarnos a la Primera Guerra Mundial,
o Gran Guerra, en la que podemos encontrar un despertar ético en muchos científicos
de la época como Einstein o Born.
La Primera Guerra Mundial comenzó el 28 de julio de 1914 y
enfrentó a las Potencias de la Entente (Gran Bretaña, Francia, Serbia y la
Rusia Imperial, Italia, Grecia, Portugal, Rumania y Estados Unidos) contra las
Potencias Centrales (Alemania y Austria-Hungría, la Turquía Otomana y Bulgaria).
Es, en las guerras, donde los científicos y científicas de la época toman partido para
defender a sus países.
Uno de los hechos más conocidos fue el de Fritz Haber, al que
yo, particularmente, conozco por su proceso de la síntesis de amoniaco y el premio
Nobel que ganó por ello. Pero Haber no solo contribuyó a la química con este
descubrimiento. Él fue uno de los científicos encargados de producir los gases
letales que Alemania utilizaría en esta guerra. Algo que hizo que su amistad
con Born, que se negaba a fabricar este tipo de armas, terminara. Además de estos gases, hubo otros artilugios inventados que también
ayudarían a combatir en la guerra como los tanques, las radios en los aviones o
las máquinas de rayos X portátiles, obra de Marie Curie. Pero también se descubrieron
nuevos medicamentos para paliar el dolor y antisépticos. Podríamos decir que la
Primera Guerra Mundial propició un avance tecnológico y científico.
La Segunda Guerra Mundial comenzó en 1939 y enfrentó a los
Aliados (Francia, Polonia, Reino Unido, La Unión Soviética, China y Estados
Unidos), y las Potencias del Eje (Alemania, el Imperio de Japón y el Reino de
Italia). Los científicos y científicas volvieron a tomar partido por sus países.
Ya lo dijo Haber “en tiempo de paz, un científico pertenece al mundo, pero en
tiempo de guerra pertenece a su país”.
En este escenario aparecen Robert Oppenheimer, Niels Bohr y
Enrico Fermi, entre otros, formando parte del conocidísimo Proyecto
Manhattan, proyecto que comienza debido a una carta que Einstein envía a Roosevelt
(presidente de E.E.U.U.) alertando de la posibilidad de que los alemanes
utilicen la fisión nuclear para producir bombas. Quizás deberíamos recordar que
la fisión nuclear había sido descubierta por Lise Meitner y Otto Hahn un año
antes del inicio de la guerra. El final de la historia concluye con la detonación
de Little Boy y Fat Man, sobre Hiroshima
y Nagasaki, respectivamente, y 246.000 fallecidos. Este suceso horrorizó a la
humanidad incluyendo a muchos de los científicos que habían participado en él.
Los científicos que, como Born, no habían participado en la creación de estas
armas nucleares, condenaron lo ocurrido y pusieron en marcha lo que se conoce
como manifiesto Rusell-Einstein con el
objetivo de que las armas nucleares no se utilizaran para ganar una guerra.
La Segunda Guerra, al igual que la primera, trajo consigo avances tecnológicos y científicos
entre los cuales se encuentra el ultrasonido o la penicilina.
Es curioso comprobar que, en tiempos de guerras, hay sectores
que prosperan. También resulta curioso comprobar que ese despertar ético, del
que hablábamos al principio, se originó al ser conscientes de la fatalidad que
originaron las bombas atómicas y las armas químicas.
La pregunta entonces es, ¿Dónde ponemos el límite del
conocimiento? Si pienso en Haber y los científicos del Proyecto Manhattan
entiendo que hicieron lo que sus países querían que hicieran. ¿Hay diferencia
entre unos científicos y otros? He estado reflexionando varios días sobre esta
cuestión y he llegado a la conclusión de que no hay diferencia entre ellos. Las
armas que ambos desarrollaron mataron a miles de personas, es decir, el fin no
justifica los medios. He estado dudando sobre esta cuestión debido a que Haber
luchó por patriotismo y en algunos textos se asegura que nunca se arrepintió de
haber contribuido a la fabricación de armas químicas y las consecuencias que este hecho tuvo. Por otro lado, sabemos
que el Proyecto Manhattan tenía como objetivo liberar a nuestro planeta del fascismo y de lo
que traía consigo. Aunque en un primer momento intenté justificar sus acciones, no creo que los científicos deban participar en el desarrollo de armas que pongan
en peligro a la humanidad. Independientemente del fin para el que lo hagan.
Pero hablábamos de límites. ¿Quién y cómo se marcan? Estaremos de acuerdo
que el descubrimiento de la fisión nuclear supuso un gran avance para la
ciencia. Estaremos de acuerdo también en que somos cada uno de nosotros los que
debemos decidir que hacer con el conocimiento que tenemos a nuestro alcance.
Por tanto, la ética queda fuera del ámbito de la ciencia. Somos nosotros (científicos,
ciudadanos, políticos, militares, etc.), como sociedad, los que decidiremos qué
es lo correcto y, para ello, debemos ser conscientes de las repercusiones
que tendrán las decisiones que tomemos. Esto solo se consigue con formación. Formación de aquellos (políticos y altos mandos del ejército principalmente) que se encargan de regularizar el uso de armas.
La ciencia busca la verdad y esa verdad estará estrechamente relacionada con el bienestar humano. Entonces, ¿habría que establecer límites sobre las investigaciones científicas?
La respuesta, a bote pronto, sería: no. No porque, a priori, no es lo qué investigo y descubro, es cómo lo utilizo y la constatación, a través de los hechos, de saber que genera bienestar social.
La respuesta, tras la reflexión, sería que trabajar e investigar en aplicaciones militares no tiene sentido, ya que su único fin es, a la larga, causa de los peores horrores que la población puede vivir. La realidad es que sin armas no hay guerras. Algo que aprendieron los científicos japoneses tras la detonación de ambas bombas. Tanto es así que ellos no realizan investigación militar, y no será porque carecen de curiosidad científica. Simplemente valoran la paz y la seguridad de sus ciudadanos por encima de todo. Yo, personalmente, me quedo con esta actitud. Una vida humana debería estar, siempre, por encima de cualquier juego de tronos.
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